lunes, 17 de septiembre de 2012

CON O SIN PARACAÍDAS... Por lo menos lo intento.


¡¡Saltá!! ¡Saltá, que yo te atajo! – Me gritaba desde abajo del edificio, con los brazos extendidos de par en par.
Yo solo miraba con preocupación ese eterno precipicio.
Desde un piso doce la gente se ve diminuta. Y ahí es donde te planteás qué tan grandes son los seres humanos en realidad. Tal vez son así de pequeños,  pero al idealizarlos u odiarlos, se convierten en gigantes inalcanzables.
Pero ese es tema de otro cuento.
Ese audaz arquero seguía abajo a los alaridos tratando de convencerme que me tire al vacío con el viejo pretexto de “confía en mí”.
Pero,  ¿Por qué confiar? Ya me habían mentido, manipulado, traicionado y decepcionado en otras ocasiones.
Pero, ¿Por qué no confiar? Si también me habían abrazado, protegido, comprendido y amado tanto, que hicieron que mis días sean extremadamente felices.
Y como en mi vida siempre pesan más los pros que los contras… Me tiré.
La presión de la gravedad contra el pecho fue tan fuerte y parecía tan real que logró despertarme exaltada.
Era solo un sueño, donde mi inconsciente me demostraba una vez más lo que era capaz de hacer sin medir consecuencias.
Me senté en la punta de la cama…
¿Saltar al vacío? Por las dudas me pongo paracaídas. Después de todo, por lo menos lo intento – Pensé. 

Flavia L.